Durante
mucho tiempo, el fútbol inglés fue sinónimo de tradición, catedrales deportivas
y pasión sin límites. Pero hubo un tiempo no tan lejano, en que ese fervor se
transformó en violencia, en sangre derramada en los escalones de los estadios,
en gritos de guerra disfrazados de cánticos. Fue la era de los hooligans,
cuando el fútbol no era solo fútbol, sino también un campo de batalla urbano.
Aquella
historia no comenzó de golpe, sino como una marea lenta que fue creciendo en
las entrañas del deporte británico. En los barrios obreros de Inglaterra, el
fútbol se vivía como una religión. Cada sábado, los hombres salían de las
fábricas y se dirigían a las gradas con la misma devoción con la que otros
entraban a una iglesia. Pero entre el desempleo, el alcohol barato, el
resentimiento social y un sistema policial incapaz de entender la dimensión del
fenómeno, surgió un monstruo que pocos supieron controlar.
Los Orígenes
A finales del siglo XIX ya se registraban incidentes de violencia ligados al fútbol. La prensa de la época hablaba de jóvenes “rowdies” o “roughs” alborotadores de clase baja que provocaban disturbios en los partidos. Sin embargo, el término “hooligan” como tal no apareció hasta 1898, cuando los informes policiales de Londres comenzaron a usarlo para describir a pandillas violentas.
Era una
palabra nueva para una vieja conducta: la de transformar la pertenencia a un
club en una causa de guerra.
Fue en
las décadas de 1960 y 1970 cuando el fenómeno tomó cuerpo y comenzó a crecer a
gran escala. En un Reino Unido marcado por la desindustrialización, las huelgas
y la crisis económica, el fútbol se convirtió en un espacio de desahogo para
miles de jóvenes sin rumbo. Los partidos no solo ofrecían 90 minutos de
evasión, sino también la posibilidad de afirmarse a través de la violencia, del
territorio, del “nosotros contra ellos”.
Así
nacieron las “firms”, bandas organizadas de hooligans que actuaban bajo
los colores de un club, pero que respondían a sus propios códigos. West Ham
United tenía a la temida Inter City Firm; Millwall a los Bushwackers; Leeds
United a la Service Crew; y Liverpool a los Urchins, entre muchos otros. Cada
grupo tenía su jerarquía, sus rituales de iniciación y sus propias guerras. No
se trataba de defender el honor de un club; se trataba de destruir al enemigo,
física y simbólicamente.
Los
enfrentamientos se planificaban con precisión, se pactaban peleas en estaciones
de tren, parques, puentes y calles alejadas de la policía. Se lanzaban
ladrillos, sillas, bengalas y se usaban cinturones, cuchillos y a veces,
incluso armas improvisadas. Los estadios eran fortalezas mal mantenidas, sin
cámaras ni control de acceso real. El caos reinaba dentro y fuera del terreno.
El Apocalipsis: Heysel, Hillsborough Y La Caída De La Inocencia
Fue el
punto de no retorno, Inglaterra entera quedó señalada antes los ojos del mundo.
El gobierno de Margaret Thatcher, que ya había iniciado una cruzada personal
contra los hooligans, aprovechó la indignación internacional para endurecer
medidas. Los clubes ingleses fueron vetados de todas las competiciones europeas
por cinco años. Liverpool, por seis.
Y sin
embargo, la tragedia más brutal estaba aún por venir.
En 1989,
durante una semifinal de la FA Cup entre Liverpool y Nottingham Forest en el
estadio de Hillsborough, una mala gestión de entradas, una estructura obsoleta
y el afán de controlar a los aficionados con vallas metálicas causaron una
estampida fatal. 97 personas murieron aplastadas, no fue culpa de los
hooligans, pero fue la consecuencia directa de la paranoia que habían creado.
Las vallas se habían instalado para contener a las masas. Pero en aquel
encierro no hubo orden, solo caos con un desenlace fatal.
El Informe Taylor, publicado un año después, cambiaría para siempre la arquitectura del fútbol británico. Se eliminaron las gradas de pie, se prohibieron las vallas, se mejoró la infraestructura de los estadios y se promovió una experiencia más segura, más familiar, más limpia.
La Transformación: Estadios Sin Alma Y Leyes Sin Fisuras
Las
cifras hablaron claro: en 1990, miles de arrestos por temporada, en 2000,
apenas unos miles. Para 2018-19, los arrestos en Inglaterra por violencia en
estadios eran menos de 1.500, parecía una victoria absoluta.
La violencia
no desapareció, pero se volvió marginal, los hooligans que no terminaron en
prisión, envejecieron. Algunos se volvieron celebridades mediáticas, otros
fueron reclutados por la política o el crimen organizado. La cultura hooligan
se volvió fetiche, producto de culto. Se vendían camisetas, libros y películas
como The Football Factory, Green Street o ID. Lo que antes
era una amenaza, ahora era una leyenda urbana.
El Resurgimiento: Una Bestia Que No Termina De Morir
En los últimos años, una nueva ola de violencia ha encendido las alarmas. Según un informe publicado por Infobae en febrero de 2025, los arrestos en los estadios ingleses aumentaron un 60 % entre 2021 y 2024. Grupos de hinchas de West Ham, Arsenal, Chelsea y Manchester City protagonizaron disturbios en varias ciudades. En Wembley, antes de un clásico londinense, hubo enfrentamientos que terminaron con autos incendiados y docenas de detenidos.
La diferencia,
esta vez, es el contexto, ya no se trata de jóvenes desempleados con chaquetas
bomber y botas Doctor Martens. Ahora hay droga, mucha droga jugando un papel
importante en el aumento gradual de los incidentes. La cocaína circula en los
estadios con una impunidad alarmante, un tercio de los hinchas encuestados
admite haber visto consumo de drogas durante un partido. Las redes sociales
permiten organizar peleas en secreto. Los grupos se coordinan por Telegram,
usan pasamontañas, son menos visibles, pero igual de peligrosos.
Las
autoridades han endurecido los controles, en la Eurocopa de Alemania, más de
1.600 hinchas británicos fueron impedidos de viajar. En el Mundial de Clubes de
EE. UU., en 2025, más de 150 aficionados de Chelsea y Manchester City debieron
entregar sus pasaportes. La policía inglesa sabe que el monstruo sigue vivo y
no debe bajar la guardia bajo ningún concepto.
Hoy, la
Premier League es un producto global que genera miles de millones de libras al
año. Sus estadios son modernos, sus transmisiones en ultra HD, sus clubes
marcas planetarias. Pero en las entrañas de ese espectáculo perfecto, todavía
late el corazón oscuro del hooliganismo. Tal vez ya no manda en las gradas,
pero sigue acechando en las sombras, sigue buscando el momento de volver.
Porque
los hooligans no fueron solo criminales. Fueron, en cierto modo, el reflejo más
brutal de una sociedad que no supo cuidar a sus hijos. Hijos de la posguerra,
de la fábrica cerrada, del desempleo, del abandono. Su violencia fue una forma
de identidad. Un grito en medio del ruido, un modo brutal de pertenecer a algo.
Y como
todo grito que viene del fondo, aún resuena, aunque lo hayamos querido olvidar.