El rival era Alemania Federal, el eterno antagonista europeo, preciso como un reloj y tan orgulloso como disciplinado. Durante noventa minutos, ambos equipos intercambiaron golpes como dos boxeadores sobre un ring. Alemania golpeó primero con un tanto de Helmut Haller, pero los ingleses reaccionaron con goles de Hurst y Peters. A cinco del final, Wolfgang Weber empató con el alma y forzó la prórroga.
En el
minuto 101 del tiempo suplementario, llegaría la jugada que quedaría para siempre grabada en
la historia. Alan Ball trepó por la derecha y sacó un centro tenso, Geoff Hurst
controló el balón dentro del área, giró con potencia y remató. El disparo se
estrelló violentamente contra el travesaño, la pelota rebotó hacia abajo, veloz
como un latido y luego volvió al césped. El zaguero alemán despejó de inmediato,
nadie, ni siquiera Horst, supo con certeza qué había pasado. ¿Entró el balón?
¿O no?
El árbitro, el suizo Gottfried Dienst, no estaba seguro, miró al juez de línea ubicado en el lateral, el soviético Tofik Bakhramov. El asistente levantó su bandera con decisión y señaló el centro del campo. Gol!!! Inglaterra lo celebró con rabia, Alemania protestó con desesperación, pero la decisión era irreversible, el marcador decía 3-2.
En el último suspiro del encuentro, con Alemania volcada en
ataque, llegó el golpe final. Inglaterra recuperó el balón y lanzó una contra
veloz, Hurst volvió a aparecer, como si el destino quisiera darle la última
palabra. Corrió con la pelota en campo abierto y mientras miles de hinchas
ingleses ya invadían la pista del estadio creyendo que el partido había
terminado, Hurst remató con fuerza al ángulo dando el 4-2 final. El clímax
perfecto para una final cargada de historia, polémica y gloria.
Sonó el
silbato final, Inglaterra estalló en gloria, Alf Ramsey, el entrenador que
había forjado aquella selección con disciplina férrea y convicción
inquebrantable, fue elevado a la altura de los grandes. La reina Isabel entregó
el trofeo a Bobby Moore, cuyo brazalete de capitán era el símbolo de una
Inglaterra que, por fin, era dueña del mundo.
“Nunca cruzó la línea”
Repetía Uwe Seeler, leyenda del fútbol alemán, diría años más tarde:
“Sabíamos que nos habían robado. Pero el fútbol, como la vida, no siempre es justo”.
El
debate, como la herida, no sanó con los años, durante décadas, expertos,
fanáticos, periodistas y hasta científicos analizaron la jugada. Se
reconstruyeron ángulos, se hicieron simulaciones por computadora, se midieron
sombras, trayectorias y rebotes. En 1995, una investigación del Centro de
Física Aplicada de la Universidad de Oxford concluyó que el balón no cruzó
completamente la línea de gol. El tanto de Hurst, según la ciencia, no
debió haber contado.
Sin embargo, la polémica se reactivó en 2016, cuando el
equipo del programa británico Sky Sports Monday Night Football
utilizó tecnología de realidad virtual y una reconstrucción detallada del
momento para afirmar que, según sus cálculos, la pelota sí había entrado por completo.
Dos visiones, dos verdades paralelas y la historia seguía sin una sentencia
definitiva.
Tofik
Bakhramov, el linier soviético, se convirtió en una figura casi mítica. En
Inglaterra fue celebrado como el hombre que vio lo que nadie más pudo ver. En
Azerbaiyán, su tierra natal, erigieron un estadio con su nombre.
Geoff
Hurst, el autor del gol, siempre defendió su obra.
“Pregúntale a un inglés y te dirá que fue gol. Pregúntale a un alemán y te dirá que no. La verdad es que yo no lo sabía. Solo disparé y vi cómo rebotaba”
Contó
años más tarde.
El “gol
fantasma” de Wembley se convirtió en un símbolo, más allá del debate técnico,
fue una metáfora perfecta de lo que el fútbol representa: drama, azar,
injusticia, pasión, un instante fugaz que decide el destino de naciones Aquel
Mundial consagró a Inglaterra, pero también forjó una rivalidad feroz que
ardería en cada enfrentamiento futuro con Alemania, como una cuenta pendiente
que el tiempo no ha saldado.
Hoy, en
la era del VAR y la tecnología de línea de gol, aquel episodio parece un recuerdo
de otro siglo. Y lo es, pero no ha perdido poder, porque hay goles que no
necesitan entrar del todo para marcar la historia. Goles que cruzan otra línea:
la de la memoria.